Si buscas y valoras la diversidad, si te gusta descubrir esos detalles que hacen que el mundo sea tan interesante y diverso, entonces, puede que los Alpes sean el lugar que debes visitar. Pero hay que moverse con lentitud, desplazarse sin prisas, con la mente abierta a nuevos encuentros. Si no, los Alpes no serán más que un dolor de cabeza geográfico, algo que sería mejor atravesar con un largo túnel para agilizar el tráfico.
Esquiar es una idea óptima, por ejemplo. Pero esquiar de manera inusual: un día en las pistas sin duda es una experiencia divertida, pero limita en gran medida el tipo y el número de encuentros que uno puede tener. Hay que mezclar bien las cartas. Hay que moverse un poco con los esquís, un poco con pieles de foca y un poco (cuando es inevitable) con transporte público; una manera de moverse lentamente que permite descubrir de verdad toda la diversidad de los Alpes durante el invierno.
AARON DUROGATI - ARNAUD COTTET - ERIC GIRARDINI
WHY NOT?
There was a time in which snow was fundamental, here. It was a dream: if there was no snow, everything was missing.
Es en marzo de 2018 cuando Arnaud se debate con estos pensamientos. Arnaud Cottet: esquiador, explorador y fotógrafo suizo con el punto de la diversidad, pero también juez de esquí freestyle en los XXIII Juegos Olímpicos de Invierno de Pieonchang (Corea del Sur). Si tienes un horizonte mental de este tipo y la mejor parte de tu invierno la has pasado metido en una caja al borde de las pistas, juzgando como esquían los demás, bueno, es inevitable que te entren ganas de hacer algo por ti mismo, después. Algo para disfrutar del doble placer de la nieve y el descubrimiento, incluso en los Alpes. ¿Por qué no?
El punto de partida es San Martino di Castrozza: uno de los lugares más emblemáticos de los Dolomitas y los Alpes, montañas surcadas por canales rápidos y profundos y dominadas por la velocidad y los contrastes. Además, en esta zona, Arnaud tiene muchos amigos con los que compartir el placer del esquí y el inicio de este viaje. El destino, en cambio, es su hogar: Rochers de Naye, las pistas en las que creció Arnaud, justo encima del lago de Ginebra. En el camino todo vale: en los momentos y lugares donde no se puede esquiar, los medios de transporte público se convierten en una fantástica manera de moverse entre los seres humanos de los Alpes, observándolos con el ojo curioso del antropólogo.
Arnaud no está solo, le acompaña su amigo y colega, Nikola Sanz. No está mal ser dos, para un viaje tan inusual. En primer lugar, porque es más seguro, pero no solo eso; sobre todo, porque tienes a alguien con quien hablar, con quien compartir pensamientos, emociones e impresiones.
Los dos parten el quince de marzo, rumbo al norte, hacia la Marmolada y, a continuación, en dirección a Pordoi y el valle de Gardena. Son cuatro días intensos y preciosos, contemplando la belleza de los Dolomitas desde cualquier ángulo, desde cualquier perspectiva. Le siguen Austria, los Alpes de Stubai y el glaciar homónimo, imponente y agraciado, y de ahí rumbo al oeste, a los Grisones. En este punto Nikola empieza a tener algún problema en la espalda: él se mueve en splitboard, que no es el medio más idóneo para largas travesías a afrontar con una mochila pesada. Mejor parar. Arnaud continúa solo.
En coche se necesitarían unas nueve horas, sin tantas paradas, de San Martino a Ginebra. Yendo como ha elegido ir Arnaud, en cambio, la historia cambia: se necesitan 21 días, ni más ni menos. 21 días de frío, fatiga y soledad, pero también de noches en compañía frente a una estufa en un minúsculo campamento improvisado, de descensos en polvo suave y en busca de algún lugar remoto al que no va nunca nadie, de encuentros esperados e inesperados… Encuentros con amigos que han decidido compartir con él una parte del camino, en el sur de Austria o en el Oberland bernés, a los pies del Eiger, en el Parque Nacional de los Grisones o en el corazón de los Dolomitas. Pero también (y sobre todo) los completamente inesperados: en el puerto del Grimsel, por ejemplo, donde en el whiteout dispersado por el viento ciertas marcas en la nieve hacían intuir alguna presencia humana; un pequeño grupo de obreros, bloqueados por las pésimas condiciones meteorológicas en el hotel donde estaban trabajando.
Un lugar cálido, una comida sabrosa, un vaso de vino y personas agradables con las que compartir historias, pasando la noche contando y escuchando. Nada más que decir: los seres humanos de los Alpes tienen la capacidad de acoger y maravillar incluso al más extraño de los viajeros.
HUMANOS DE LOS ALPES
Los Alpes constituyen un lugar único, y no solo como terreno de exploración, aventura y actividades. Los Alpes son también un lugar único, sobre todo, por la diversidad que acogen. A todos los niveles: desde el punto de vista geológico, botánico, zoológico, antropológico, etnográfico y lingüístico. Una región más bien pequeña, aproximadamente del tamaño del estado de Tennessee, que se convierte en el hogar de treinta mil especies animales, quince mil especies vegetales y decenas de culturas humanas, que desde Eslovenia hasta Francia las enriquecen de innumerables rituales, lenguas, tradiciones artísticas y mucho más.
Si buscas y valoras la diversidad, si te gusta descubrir esos detalles que hacen que el mundo sea tan interesante y diverso, entonces, puede que los Alpes sean el lugar que debes visitar. Pero hay que moverse con lentitud, desplazarse sin prisas, con la mente abierta a nuevos encuentros. Si no, los Alpes no serán más que un dolor de cabeza geográfico, algo que sería mejor atravesar con un largo túnel para agilizar el tráfico.
Esquiar es una idea óptima, por ejemplo. Pero esquiar de manera inusual: un día en las pistas sin duda es una experiencia divertida, pero limita en gran medida el tipo y el número de encuentros que uno puede tener. Hay que mezclar bien las cartas. Hay que moverse un poco con los esquís, un poco con pieles de foca y un poco (cuando es inevitable) con transporte público; una manera de moverse lentamente que permite descubrir de verdad toda la diversidad de los Alpes durante el invierno.
Es en marzo de 2018 cuando Arnaud se debate con estos pensamientos. Arnaud Cottet: esquiador, explorador y fotógrafo suizo con el punto de la diversidad, pero también juez de esquí freestyle en los XXIII Juegos Olímpicos de Invierno de Pieonchang (Corea del Sur). Si tienes un horizonte mental de este tipo y la mejor parte de tu invierno la has pasado metido en una caja al borde de las pistas, juzgando como esquían los demás, bueno, es inevitable que te entren ganas de hacer algo por ti mismo, después. Algo para disfrutar del doble placer de la nieve y el descubrimiento, incluso en los Alpes. ¿Por qué no?
El punto de partida es San Martino di Castrozza: uno de los lugares más emblemáticos de los Dolomitas y los Alpes, montañas surcadas por canales rápidos y profundos y dominadas por la velocidad y los contrastes. Además, en esta zona, Arnaud tiene muchos amigos con los que compartir el placer del esquí y el inicio de este viaje. El destino, en cambio, es su hogar: Rochers de Naye, las pistas en las que creció Arnaud, justo encima del lago de Ginebra. En el camino todo vale: en los momentos y lugares donde no se puede esquiar, los medios de transporte público se convierten en una fantástica manera de moverse entre los seres humanos de los Alpes, observándolos con el ojo curioso del antropólogo.
Arnaud no está solo, le acompaña su amigo y colega, Nikola Sanz. No está mal ser dos, para un viaje tan inusual. En primer lugar, porque es más seguro, pero no solo eso; sobre todo, porque tienes a alguien con quien hablar, con quien compartir pensamientos, emociones e impresiones.
Los dos parten el quince de marzo, rumbo al norte, hacia la Marmolada y, a continuación, en dirección a Pordoi y el valle de Gardena. Son cuatro días intensos y preciosos, contemplando la belleza de los Dolomitas desde cualquier ángulo, desde cualquier perspectiva. Le siguen Austria, los Alpes de Stubai y el glaciar homónimo, imponente y agraciado, y de ahí rumbo al oeste, a los Grisones. En este punto Nikola empieza a tener algún problema en la espalda: él se mueve en splitboard, que no es el medio más idóneo para largas travesías a afrontar con una mochila pesada. Mejor parar. Arnaud continúa solo.
En coche se necesitarían unas nueve horas, sin tantas paradas, de San Martino a Ginebra. Yendo como ha elegido ir Arnaud, en cambio, la historia cambia: se necesitan 21 días, ni más ni menos. 21 días de frío, fatiga y soledad, pero también de noches en compañía frente a una estufa en un minúsculo campamento improvisado, de descensos en polvo suave y en busca de algún lugar remoto al que no va nunca nadie, de encuentros esperados e inesperados… Encuentros con amigos que han decidido compartir con él una parte del camino, en el sur de Austria o en el Oberland bernés, a los pies del Eiger, en el Parque Nacional de los Grisones o en el corazón de los Dolomitas. Pero también (y sobre todo) los completamente inesperados: en el puerto del Grimsel, por ejemplo, donde en el whiteout dispersado por el viento ciertas marcas en la nieve hacían intuir alguna presencia humana; un pequeño grupo de obreros, bloqueados por las pésimas condiciones meteorológicas en el hotel donde estaban trabajando.
Un lugar cálido, una comida sabrosa, un vaso de vino y personas agradables con las que compartir historias, pasando la noche contando y escuchando. Nada más que decir: los seres humanos de los Alpes tienen la capacidad de acoger y maravillar incluso al más extraño de los viajeros.