SIMON GIETL
UN CÍRCULO QUE SE CIERRA
SIN LIGEREZA NO HAY RITMO
Estaba sometido a demasiada presión; una presión que me había impuesto a mí mismo. Me tuve que parar a pensar por qué esta vía era tan importante y especial para mí. Por qué me había presionado tanto que ahora no era capaz de encontrar ni mi ligereza ni mi ritmo.
Hoy se cumplen dos años desde que completé la primera ascensión en solitario de esta impresionante vía. En realidad, debería haberla realizado con Gerhard Fiegl. La idea había sido suya. Él era el que había trazado la vía en su cabeza. Hacía mucho tiempo que Gerry y yo habíamos planeado la ascensión y tuve que prometerle que no la completaría con nadie más que con él. El día antes de que se marchara al macizo del Annapurna, nos habíamos llamado y hablado del tema por teléfono. Cuando me enteré de su muerte, quedé profundamente conmocionado. Durante mucho tiempo no quise pensar en nuestro proyecto. Pero más adelante pude canalizar mi tristeza y, como le había prometido que solo recorrería la «Can you hear me?» con él, la escalé solo. Desde entonces me había perseguido la idea de hacer un encadenamiento en solo; para mí este capítulo aún no estaba cerrado.
UN PROCESO DE MADURACIÓN
Atrás dejábamos dos años de planificación intensa. Dos años en los que, ya al comprobar los largos, la frustración siempre se apoderaba de nosotros. Los puntos más complicados de la ruta tienen una dificultad de grado 10, y yo había perdido la fe en múltiples ocasiones, con la misma frecuencia con la que la había recuperado. Este sube y baja de emociones estaba relacionado sobre todo con el sexto largo, que tras múltiples intentos y muchísima concentración seguía sin conseguir superar.
¡Y ahora era en el tercer largo donde me amenazaba una sensación de fracaso mental y, por ende, corporal! Respiré hondo y pensé en Gerry. Entonces me concentré plenamente en la pared que tenía delante y me sumergí en un mundo de movimientos tácticos. Limpié el punto de agarre del siguiente pasaje y probé las secuencias más difíciles. Mirar la hora me dio el empujón que necesitaba: si quería conseguirlo, tenía que ponerme las pilas. Y, de pronto, se disiparon la presión por salir de aquella victorioso y la torpeza de mis movimientos. El agobio y la inseguridad habían desaparecido. Volví a sentir mi ritmo.
El alpinista sudtirolense, Simon Gietl escaló el 15 de agosto de 2020 junto a su compañero de cordada Andrea Oberbacher los 21 largos de la vía «Can you hear me?» en la cara oeste de la Cima Scotoni (2.874 m). Un encadenamiento en solo que le rondaba desde su primera ascensión en solitario en 2018, y una promesa cumplida que albergaba una mezcla de felicidad y melancolía.
LA SELECCIÓN DE SIMON
El tiempo nos acompañaba de buen grado a Andrea y a mí en aquella soleada mañana de sábado. Ambos nos sentíamos bien preparados, decididos y motivados. Habíamos decidido renunciar al café obligatorio en el refugio Scotoni para estar bien temprano al pie de la pared. Tras un exitoso y prometedor comienzo, ya en el tercer largo me topé con la primera complicación: un tramo peliagudo y con forma de chimenea que no daba tregua para subir con fluidez. Es tremenda la velocidad con la que se desvaneció mi optimismo cuando pienso en lo eufórico que había estado poco antes, de camino hasta allí. Y en el siguiente largo la cosa se complicó aún más. Las largas distancias, los movimientos arriesgados y las dudosas condiciones de la piedra supusieron la primera gran prueba en este tramo. Los puntos de agarre, que estaban húmeros y resbaladizos, se me escaparon unas cuantas veces y fue con mucha suerte que pude estabilizarme a poco de caerme hasta abajo. En el punto más crítico de este largo, salté de un agarre resbaladizo hasta la última cornisa decisiva. Exhalé, un poco presa del pánico.
Me acompañó en el resto de secciones decisivas y en el saliente más ancho y pronunciado hasta llegar al siguiente agarre. ¡La parte más complicada y agotadora estaba superada! Andrea y yo nos felicitamos, conscientes de que todavía nos quedaban otros 14 largos para alcanzar la cima. Pero cuanto más nos acercábamos a la meta, más cedían el esfuerzo y la tensión a la sensación de serenidad.
EN LA CIMA CON GERRY
Al llegar a la cima, apoyé un momento la cabeza sobre la pálida roca de dolomita y dejé que mis pensamientos fluyeran libremente. Gerry me había acompañado a lo largo de la vía, me había observado y me había apoyado mentalmente en los momentos más críticos. Podía sentirlo claramente. Andrea y yo estábamos contentísimos con el éxito del encadenamiento. Pero al mismo tiempo, también sentía cierta melancolía: ese día se había cerrado un círculo. Había llegado a su fin un proyecto que durante años había perseguido con mucha pasión y energía: una promesa cumplida, un éxito y también una pequeña despedida.
Cuando Andrea y yo nos abrazamos y nos felicitamos, pensamos en Gerry. Le dedicamos aquel momento en la cumbre. Gerry fue mi amigo y mi compañero de cordada, pero también el autor de una aventura que, por desgracia, nunca pudo realizar. Su estilo, su sonrisa y su ser deben pervivir en la vía «Can you hear me?» en la pared de la Scotoni.
Y sí, estamos convencidos de que Gerry nos ha oído. A 2.874 metros de altura el cielo no pilla tan lejos.