SIMON GIETL

TRAVESÍA INVERNAL EN SOLITARIO POR LAS TRES CIMAS

LO BUENO SE HACE ESPERAR

Después de tres inviernos había reunido autoestima y ambición para adentrarme en la aventura de las Cimas y para abrir la nueva ruta Can You Hear Me (¿me oyes?) en solitario a la Cima Scotoni. Finalmente, tenía que ir solo hasta el acceso de la escarpada Scoiattoli en la Cima West. Unos días antes, con Florian Harasser, me había hecho una idea de las condiciones en ese momento. Tenían pinta de ser perfectas para mi intento en solitario.
Para prepararme, también tenía que calcular exactamente el material y la comida que llevar, además de conseguir una previsión del tiempo precisa de Lukas Rastner, del Departamento de Meteorología y Aviso de Avalanchas de la provincia de Bolzano. El tiempo para los próximos días era estable, aunque con rachas de viento fuertes, a temperaturas relativamente suaves. Sonaba bien, aunque ese viento anunciado, con máximos de hasta 80 km/h, me trajo unos cuantos quebraderos de cabeza.
Para empezar, el sábado llevé el material al acceso. Quería escalar unos metros de la Scoiattoli y comprobar cuánto me frenaría el viento fuerte del noroeste. Desde el principio me invadió una sensación especialmente buena. La escalada me pareció bastante sencilla y mi instinto me enviaba señales muy positivas.

CIMA WEST

El domingo emprendí la travesía de las Tres Cimas, con energía y entusiasmo. Entre largo y largo, dedos, tendones y músculos iban cogiendo temperatura, y me di cuenta de la ventaja definitiva de escalar solo: estás en movimiento continuo, no hay esperas ni te quedas quieto en las reuniones, donde, en alpinismo, en invierno, el cuerpo suele amenazar con enfriarse rápido. Totalmente solo en el impresionante pico, disfruté a escondidas de la soledad y de una escalada rítmica y fluida, que parecía haberse automatizado. Claro que, a pesar del ritmo rápido, no podía cometer ningún error al trasladar el material o en las maniobras necesarias con la cuerda. Había ciertas cosas que no me podía permitir, como los nudos en las cuerdas o que los extremos de estas se engancharan en una grieta. La mochila con la que cargaba era como una brújula en un terreno tan abrupto. Cada vez que avanzaba, según la distancia a la que oscilara en el aire, me dejaba claro en todo momento la inclinación real de la ruta.
Al pasar de la pared desplomada al largo moderado, esperaba algo de alivio, aunque hasta la cima, todavía tenía por delante una escalada delicada y mixta. La montaña me dejó totalmente claro que la ruta se completa de verdad con el Forcella Lavaredo. Cuando llegué a la cumbre de la Cima West, hice un par de fotos rápidas y subí por el camino hasta el vértice entre la Cima Grande y la Cima West, donde había dejado todo el material para hacer vivac. Aproveché el tiempo que me sobraba para subir los primeros 100 metros del diedro de la Dülfer, antes de prepararme donde iba a hacer vivac. Quería terminar el proyecto al día siguiente, sin tener que añadir otro vivac. A pesar de las fuertes ráfagas de viento de la noche, esta intención dejó mis pensamientos y sensaciones en una especie de standby muy agradable.

CIMA GRANDE

Todavía a oscuras, metí en la mochila una chaqueta de plumas ligera y un par de barritas por si tenía que hacer un vivac de emergencia. Jumarear por la fina cuerda que había fijado el día anterior resultó ser bastante exigente. Con cada balanceo hacia afuera, la cuerda se veía más frágil, rozaba con varios cantos y amenazaba incluso con romperse en los balanceos más fuertes. En el primer contacto con roca en la pared gris e inclinada, tuve que respirar hondo. Aliviado tras haber superado esta atrevida operación, me animé a mí mismo. La Dülfer, cubierta de una fina capa jabonosa y resbaladiza, me llevó en dirección a la Cima Grande, a cuyas puertas disfruté de los primeros rayos de sol. Para las 9:20 ya había escalado la cima, y el siguiente descenso por la vía normal fue como bajar una pendiente rápida.

 

CIMA PICCOLA

Una vez superé el desfiladero entre la Cima Grande y la Cima Piccola y recorrí los primeros metros hacia la montaña, se apoderó de mí una crisis, física y mental. Necesitaba un descanso. Me puse en cuclillas en un nicho y me repetí a mí mismo mi mantra: «Simon, mantén la calma, la concentración y vuelve a encontrar un ritmo controlado. Evita el estrés, la presión y, ¡no tengas prisa!». Poco después pude seguir escalando, con la precaución necesaria y tranquilo. Cuando llegué a la cumbre de la Cima Piccola, no quería perder ni un momento y me preparé inmediatamente para la maniobra de rápel por la vía Innerkofler, con la que empecé exactamente a las 11:44.

UN VIAJE ÚNICO HACIA LO MÁS PROFUNDO

Siempre que se me mete una idea o un nuevo proyecto en la cabeza, siento un entusiasmo impresionante, que describiría como una mezcla de euforia, motivación y vocación. Ya llevo unos años dándole vueltas a escalar yo solo un macizo montañoso que en temporada alta esté plagado de turistas. Y siempre que veía las Tres Cimas en algún folleto, en Instagram o en una revista, me acordaba de ese plan, hasta que la idea de conseguir hacer esa ruta yo solo en invierno fue madurando poco a poco. La voluntad, el deseo y la determinación tuvieron que resolver mi dilema interno entre lo atractivo y lo temerario de mi proyecto en solitario. Fue un proceso de desarrollo personal muy importante para mí, que requirió mucha paciencia y constancia.

PUNTA FRIDA Y TORRE DE PREUSS: LA CÚSPIDE EMOCIONAL

Escalé por la afilada cresta hasta Punta Frida. Tramos helados se alternaban con pasos de roca quebradiza y frágil. Casi ni me enteré de la cima de Punta Frida. Descendí muy rápido por el Nervenschlucht en un estado como de embriaguez. A poca distancia haciendo rápel desde el acceso hasta la Torre de Preuss, saqué las pocas fuerzas que me quedaban con la ayuda de mi último y pegajoso gel energético. Escalé en una especie de trance y me apresuré hacia la última montaña, absorbido por la concentración el ritmo de escalada, la cúspide emocional de mi travesía por las tres cimas.
En la Torre de Preuss saqué de nuevo tiempo para respirar, e inmediatamente me invadió una agradable sensación. Saboreé mi entorno, miré al horizonte y disfruté del paisaje. Un par de lágrimas de alegría me recorrieron las mejillas congeladas. Ese momento y esa sensación fueron tan impresionantes que quería empaparme totalmente de ellos. Estaba agotado, como desconectado y totalmente feliz, y esa enorme felicidad me sacó un sonoro grito de alegría.

La decisión de probar la travesía de las Tres Cimas en solitario fue el comienzo de una intensa experiencia, un viaje único hacia lo más profundo de mí mismo, que me llevó a los límites de mi propio mundo emocional.

 

 

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